El Presidente López Obrador habla mucho. Habla todos los días, cosa que no hacen por lo general los presidentes, y durante largo rato, lo cual le da espacio para dar información sobre algunas cuestiones y también para no siempre decir lo más prudente o adecuado. Sin embargo, en sus conferencias mañaneras, el Presidente formula , con distintos grados de claridad y pasión, uno o dos mensajes que le interesa particularmente que lleguen a la ciudadanía, o para usar sus propias palabras, al pueblo.
La intención de esos mensajes es diversa y siempre más allá de la mera información sobre el quehacer gubernamental. Sirven tal vez para anunciar un proyecto, reforzar una idea, infundir optimismo o enojo, distraer la atención de otros problemas o generar simpatías o antipatías hacia personajes y situaciones. Con frecuencia utilizan el sarcasmo, los epítetos descalificadores, como el de los “fifís”, los “pasquines”, los “maiceados” , el “neoliberalismo” o “la mafia del poder”, para calificar a quienes en ese momento ve como sus adversarios, y muchas veces contienen acusaciones no probadas que se dejan a la interpretación del público.
Muchos de estos mensajes han causado polémicas e incomodidades. El Presidente mide el impacto de sus frases y las deja de usar o regresa a ellas cuando nuevamente necesita causar el mismo efecto, con la seguridad que le da hacerlo desde el poder y frente a una aprobación popular que desciende lentamente, pero que sigue arriba del 50% . El reclamo contra los periódicos de derecha y el recuento de las fechorías de los expresidentes, por ejemplo, se repite con cierta frecuencia, al igual que las acusaciones en contra de científicos, periodistas o activistas de la sociedad civil.
Funcionarios, legisladores, militantes de Morena e integrantes de ese ejército misterioso que se mueve en twitter para saludar cualquier nueva propuesta presidencial, tienden a complicar situaciones o incluso a distorsionar la intención del presidente cuando reinterpretan y refuerzan con algunas acciones su discurso. En su afán solidario, se apresuran a levantar actas, presentar acusaciones, señalar nombres, buscar pleitos adicionales o simplemente adornar con nuevas palabras el mensaje oficial.
La distorsión va desde el almibaramiento para referirse a cuestiones tan baladíes como la rifa del avión, hasta la utilización perversa de la tranquilidad presidencial ante la pandemia, para falsear la realidad y promover el turismo. En el primer caso, algún funcionario llegó a exaltar la compra de un cachito de lotería como expresión de “el anhelo por transformar México y transitar de una política de privilegios y excesos a una de inversión social y bienestar”. En el segundo, hay campañas por parte de promotores de la Riviera Maya para desterrar el “miedo” que “enferma” a la población y animarse a viajar y a desafiar una enfermedad que solamente mata a un “pequeño porcentaje” de los afectados.
Otras interpretaciones tienen efectos políticos más pronunciados y perturbadores para la convivencia: un ejemplo fue la desafortunada intervención del Director del FCE , Paco Ignacio Taibo, hijo de españoles que se asilaron en México tras la Guerra Civil española , cuando, para reforzar señalamientos presidenciales en contra de algunos escritores y periodistas, consideró que los críticos incómodos harían bien en salir un tiempo del país, añadiendo con ello la amenaza del destierro a dos ellos, identificados por su nombre. No menos desafortunado es el difundido mensaje en que el actor Damián Alcázar habló para solicitar la consulta pública respecto al enjuiciamiento de los expresidentes y advirtió que posiblemente el juicio no llevaría a los acusados a la cárcel porque “los magistrados son corruptos, amigos de los expresidentes o pertenecen a los partidos opositores”. En su pequeño video no se le ocurrió decir que entre la demanda ciudadana y el juicio a los expresidentes debía mediar una investigación o un proceso previo y en ningún momento dijo que sería posible que el expediente fuera mal integrado por la Fiscalía. Mucho menos supuso que en el país pudiera haber jueces honestos, acuciosos y apegados a Derecho.
Las reinterpretaciones tienden a reproducirse en las redes sociales —“las benditas redes“, las ha llamado el Presidente— y a aumentar la carga ideológica y contenciosa de los mensajes, tanto de los grupos de tuiteros agrupados en torno a los dichos del presidente, como del sector que ha sido señalado negativamente en la mañanera. Aquí la reinterpretación puede adquirir extremos peligrosos: quien no compró boleto del avión es tachado de antimexicano, el director del FCE es acusado de antisemita y francamente nazi, firmantes y no firmantes de la petición a la consulta se recriminan acremente con adjetivos que suben de tono y el “sector negativo” en turno, es calificado insistentemente de conservador y resentido por haber perdido privilegios que las propias redes exageran conforme avanza la polémica.
Posiblemente, el mensaje presidencial es reinterpretado porque hay una autorización tácita para hacerlo, lo cual aumenta su potencial disruptivo y reduce las posibilidades del diálogo democrático. Seis meses de pandemia con su cauda de confinamiento, enfermedad, muerte y pérdidas económicas han causado un desgaste personal y colectivo a una ciudadanía que hoy requiere de serenidad y claridad de ideas. No obstante, en los últimos días, los reinterpretadores del mensaje presidencial han añadido dos intervenciones más, que seguramente alimentarán el fuego ideológico y la confusión de quienes sólo participamos como espectadores del feroz intercambio.
La primera, es un comunicado para contrarrestar la carta enviada hace unos días por un amplio grupo de artistas y académicos frente a lo que consideran un “asedio” presidencial a la libertad de expresión. Más allá de las razones para esa carta y de la evidente molestia presidencial durante la mañanera en la que se comentó, lo preocupante es que ya hay un texto de réplica con numerosas firmas que circula abundantemente por las redes sociales y que califica de “deshonestidad intelectual, complicidad, obsecuencia y cortesanía” la posición de los 650 firmantes de la primera.
La segunda intervención, es una propuesta de Ley por parte de los diputados de Morena que invierte la consulta presidencial sobre si se debe juzgar a los expresidentes y la convierte en otra sobre si concederles amnistía. La perpleja ciudadanía ahora sí no sabrá quienes son los buenos y quienes los malos: si los que propugnan por consultar sobre el juicio a los expresidentes en el proceso electoral del próximo año o quienes de una buena vez, proponen amnistiarlos o no amnistiarlos. Y esta vez, todos son del mismo partido que, casualmente, está en proceso de elección de su dirigencia.
Si muchos de los mensajes presidenciales conllevan una fuerte carga emocional debida a las simpatías o antipatías del mandatario, su reinterpretación amplifica su carga de disgusto y desunión. El comunicado y la ley de amnistía, junto con las acusaciones que, al calor del proceso interno, los propios integrantes de Morena dirigen a sus compañeros de partido, generarán seguramente nuevas contradicciones y colaborarán a un indeseado ambiente político cada vez más enconado por divisiones que ya afectan comunidades y grupos de trabajo.
Cierto, las resonancias son más y más violentas y alejadas de una posibilidad de discusión. Creo que en parte es el mensaje del presidente y su autorización tácita a sus intérpretes, pero también creo que las redes magnifican y permiten que las ciberagresiones suban más de tono y que en realidad no hay debate en ningún tema.