La oposición inexistenteMiguel Armando López Leyva

El presidente opositor no tiene oposición. Más que un juego de palabras,  éste es un problema de la mayor importancia para  nuestra democracia. Con innegable astucia, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha asumido la forma de un opositor: habla y actúa como tal de una manera que, a veces, nos hace olvidar quién es y el puesto que ocupa. A ello contribuye que aquellos que deberían ocupar ese espacio en el espectro de la política, los partidos, tienen poca presencia y un activismo de baja intensidad, lo cual los vuelve prácticamente invisibles. Así que vale la pena preguntarse, en vísperas de los comicios intermedios de 2021: ¿dónde está la oposición?, ¿en dónde podemos encontrar alguna clase de oposición al gobierno actual?

Con estas preguntas quiero apuntar a algo simple pero relevante que, hasta hace poco, dábamos por sentado: la importancia de la oposición en la democracia.  Diversos autores así lo han visto. Robert Dahl  [1], por ejemplo, hizo un estudio a partir de seis aspectos que conforman modelos con el fin de encontrar algún patrón prevaleciente que ayudara a explicar cómo funciona la oposición en ocho países occidentales. Juan J. Linz  [2] propuso la distinción de tipos de oposición a partir de la lealtad hacia el sistema democrático. Más claramente, Gianfranco Pasquino  [3] planteó que todo régimen se explica eficazmente por las relaciones entre oposición y gobierno, es decir, que la democracia se define no sólo por sus reglas, de suyo importantes, también por la dinámica de enfrentamiento entre ambos actores. La oposición, entonces, sirve para vigilar al poder, grosso modo, en los entramados institucionales que ocupa y por la voz que articula y promueve la rendición de cuentas.

Esa capacidad de vigilar y exigir rendición de cuentas no está presente hasta ahora. Los partidos de oposición quedaron hundidos por el “tsunami” electoral de 2018 (como fue denominado en un artículo de la revista Nexos). Se podía esperar algo de ellos como respuesta ante este dramático suceso, pero no ha sido así; lo confirma la alianza que en 2020 han anunciado los otrora tres principales para enfrentar al partido en el gobierno. Lo que después de 2018 parecía un desastre y, a la par, una oportunidad para regenerarse, reinventarse o renovarse; para imaginar otras formas de hacer política, ha quedado en una mediocre estrategia de sobrevivencia, que incentivará la polarización y dará buenos motivos al presidente López Obrador para mantener el discurso de la ineficiencia del pasado régimen, encarnado por los partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática (PAN, PRI y PRD por sus siglas).

Por eso la oposición no existe. Lo que trajo consigo el fenómeno López Obrador fue una realidad política avasalladora: un presidente con alta popularidad, que tiene el control de las cámaras del Congreso, que no acusa de recibidas las críticas ni los ataques, con una presencia en medios muy particular, con un activismo diario y pertinaz que asombra por el control de agenda que consigue. Un estilo que ha sido caracterizado de “populista” aparentemente de izquierda (o al menos así se asume el partido que lo postuló). Es, sin duda, un contexto diferente a los años previos de democracia, cuando  los partidos mencionados eran los principales propulsores del régimen político, los que negociaban y decidían en un marco de gobiernos no unificados. Lo que atestiguamos ahora es una tremenda desestructuración de los referentes partidarios dominantes durante los años del cambio democrático.

Fragmentación, desarticulación.

Tenemos, pues,   una oposición que mantiene el azoro ante la derrota de 2018 y pareciera no lograr reactivarse con éxito ante los constantes embates presidenciales. Fragmentada o desarticulada podría ser el diagnóstico. Es, quizás, la primera vez desde 1988, que los partidos de oposición no son tomados en cuenta por el presidente en turno, (un dato revelador: ¿alguien recuerda si se ha reunido con sus dirigencias nacionales?). Este es uno de los principales riesgos para la democracia: que en la práctica no se reconozca la trascendencia de la disidencia política, con lo paradójico que resulta que el actual presidente haya sido un connotado y persistente opositor durante los años de la transición y después de ella.

El camino seguido por la oposición partidista ha sido desalentador en este par de años. El PAN se ha agotado rápidamente en la retórica del autoritarismo del presidente y la visión de que el camino nos llevará a Venezuela. Sin un discurso renovado, le será difícil hacerse de una agenda e identidad que le permita mantenerse en la esfera pública. No logra recuperar su legado histórico de oposición creativa y valiente, que confía en los ciudadanos; en cambio, sigue con la carga de la credibilidad perdida por doce años consecutivos en el poder (2000-2012). El PRD, sin ánimo catastrofista, está próximo a su extinción. Perdió el rumbo desde hace varios años y muestra de ello fue el progresivo desahucio en que lo dejaron sus líderes principales (Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, el propio López Obrador). Nunca logró resolver el dilema entre liderazgos fuertes y su necesaria institucionalización. El camino de rehacerse como partido de izquierda progresista lucía prometedor, pero sus intentos de reconstitución, primero en alianza con figuras desgastadas de la política y ahora con la coalición electoral, no le ofrece futuro cierto. El PRI, en cambio, mantiene importantes espacios de poder local, pero la sombra de corrupción que pesa sobre el gobierno más reciente que encabezó (2012-2018) gravita en el ambiente público, lo que hace impensable su recuperación en el mediano plazo.

Pero el escenario inmediato para el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el nuevo partido gobernante, no es tan bueno como se esperaría. En principio, enfrenta un reto mayúsculo en el mediano plazo: cómo sobrevivir sin su principal activo y líder , el presidente. No hay, hoy día, ningún político que pueda verse como su heredero al término de este sexenio. ¿Que pasará con el proyecto de nación que tiene la pretensión de transformar al país? ¿Quien lo retomará y le dará continuidad si es que en cuatro años Morena pierde la elección presidencial? Por eso es vital cómo se procesen las candidaturas a gobernadores y diputados para los comicios de 2021. Morena debe resistir la proverbial inercia de la división, muy característica de la izquierda en su historia, cuando tiene pulsiones encontradas, producto de su definición como “frente”, que hacen difícil su continuidad sin conflicto.

Como derivación de lo dicho, la posible oposición parece anclarse en otros ámbitos de la política, no necesariamente en los partidos: en un par de gobernadores (Enrique Alfaro y Javier Corral, de Jalisco y Chihuahua respectivamente), en algunos medios de comunicación (Reforma, decididamente, y algunos periodistas en plataformas digitales) y en organizaciones civiles. Pero estos actores no tienen la suficiente fuerza para contrapesar al Ejecutivo más que la que le otorga la capacidad de denuncia y, en algunos casos, de impugnación jurídica. Por eso es que estamos frente a la disyuntiva de ver a los comicios de 2021 como una oportunidad para revertir el vacío opositor o como el refrendo al status quo en el que solo una voz tiene potencia: la del presidente (y su partido).

 

[1] Robert A. Dahl, “Patterns of Opposition” en Robert A. Dahl (ed.), Political Oppositions in Western Democracies, New Haven y London, Yale University Press, 1966, pp. 333-374.

[2] Juan J. Linz, La quiebra de las democracias, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes / Alianza, 1990.

[3] Gianfranco Pasquino, La oposición, Madrid, Alianza, 1998.

 

Miguel Armando López Leyva

Miguel Armando López Leyva: Doctor en Ciencias Sociales con especialización en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso – México). Investigador Titular de Tiempo Completo en el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM. Co - coordinador de los Seminarios Académicos Institucionales “Perspectiva Democrática” (SPD) y Movimientos e Instituciones” (Movin) en el IIS-UNAM. Su línea de investigación es Democracia y movimientos sociales sobre la cual tiene numerosos libros y artículos. Publicaciones recientes: El malestar con la representación en México (en co-coordinación con Jorge Cadena 2019). Colección Café de Altura, Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México; Calidad de la democracia en México: La participación política (2000-2014), México, IIS – UNAM (2017);, y “La democracia a 30 años de la caída del muro. De las expectativas globales a las amenazas internas”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, nueva época, año LXV, núm. 238, enero - abril de 2020, pp. 243-257.

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