El Presidente y las universidadesCristina Puga

El origen académico del presidente

Para muchos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, la elección de Andrés Manuel López Obrador como Presidente constituyó  un sueño realizado. No solamente por la satisfacción de ver que, por primera vez, uno de nuestros egresados accedía a la conducción del país, sino porque con ello, la profesionalización de las Ciencias Sociales, iniciada en 1951 con la fundación de la Facultad, lograba un triunfo simbólico muy importante: hasta ese momento, con contadas y distinguidas excepciones, la distribución de puestos de dirección política -lo mismo por el voto, que por decisión de los partidos o por invitación del Presidente, el gobernador o el titular de alguna Secretaría – había recaído fundamentalmente en abogados e ingenieros.

¿La diferencia de formación hace alguna diferencia? Posiblemente sí. La que manifiesta López Obrador, por ejemplo, en la percepción social de los conflictos, en la empatía con los sectores sociales más populares, en la capacidad de articular un nuevo discurso que rompe simultáneamente con la retórica priista de la Revolución Mexicana y con la de la eficiencia capitalista. Más aún, algunos analistas han creído advertir  la influencia directa de los profesores de Andrés Manuel en su “estilo personal de gobernar”: Arnaldo Córdova, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero del que fue colaborador cercano en el gobierno de Tabasco. A ellos y a lo que se enseñaba en las aulas de la Facultad en la década de los setenta, atribuyen su admiración a Lázaro Cárdenas y, como ha dicho alguien, su nostalgia por un país que vio su desarrollo popular interrumpido, primero, por el sexenio alemanista y, más recientemente, por la irrupción del capitalismo moderno en el país. Sus años en la Facultad coinciden, además, con aquellos en que el marxismo dominó las explicaciones y los análisis, lo cual también explicaría su (tal vez inconsciente) alusión a las tesis de Feuerbach, cuando habla de quienes analizan la realidad, “en lugar de transformarla”.

La herencia intelectual del Presidente y el nuevo ideario democrático

Sin embargo el mismo Presidente ha refutado indirectamente esa herencia intelectual cuando en el documental sobre su vida que hiciera Epigmenio Ibarra, manifestó, a la sombra del viejo edificio de la Facultad, que la verdadera influencia en su vida fue Carlos Pellicer,   quien, como sabemos, más allá de ser un exquisito poeta tabasqueño y hombre de extraordinaria cultura, nunca fue alumno ni maestro de la UNAM. En efecto, aunque algunos -no muchos- egresados de la Facultad de Ciencias Políticas y de la UNAM se han incorporado a su equipo, más allá de su preferencia futbolística por los Pumas, Andrés Manuel ha dado muy pocas señales de tener una identidad como politólogo unamita, o simplemente egresado de una universidad. Ello no ha dejado de causar cierta desilusión, especialmente porque los tres anteriores presidentes reconocían su Alma Mater en universidades privadas, lo cual hacía aún más importante el origen de López Obrador en la Universidad Nacional.

Sin duda, hay una manifiesta simpatía del Presidente con los estudiantes sin recursos (él mismo lo fue) pero no con la institución universitaria ni con los conocimientos que de ella emanan. De hecho, su actual discurso se aleja mucho de lo que es hoy el nuevo ideario de los egresados de ciencias políticas no sólo de la FCPyS sino de todo el país. Un ideario democrático basado en la representación y en la participación políticas; en el poder legislativo como contrapeso del ejecutivo; en los cuerpos reguladores como testigos de calidad de la buena marcha del gobierno y en la transparencia y rendición de cuentas como medidas de la calidad de la democracia1, más que en el estado fuerte, la economía centralizada y la eficacia presidencial que, ciertamente, fueron parte del acervo analítico de los años setenta en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

La poca empatía

En todo caso, la poca empatía del Presidente con las universidades como instituciones se ha hecho presente en la falta de atención a la eliminación de la autonomía como precepto constitucional en el proyecto de nueva Ley de Educación2; en la reducción (corregida posteriormente) al presupuesto de las universidades, en el apoyo tácito a un proyecto de ley que tiende a limitar la libertad de los investigadores; así como en las abundantes muestras de desprecio al conocimiento experto y a la opinión de académicos de todo el país, a quienes se ha referido despectivamente como “la mafia de la ciencia”. Todas ellas, acciones y referencias poco afortunadas para quien completó exitosamente su ciclo universitario y se tituló (con todo el esfuerzo intelectual que ello implica) de licenciado en Ciencia Política, antes de iniciar su segunda etapa como líder político.

Habría desde luego que hacer una importante excepción: parte del proyecto nacional de Andrés Manuel incluye la creación de cien universidades (lo cual es un impresionante número) para dar cabida a los numerosos jóvenes que demandan educación superior. Sin embargo, la puesta en marcha de estas nuevas universidades que al parecer, tenderán a conformarse como escuelas técnicas para paliar el desempleo regional, se hace por fuera de la UNAM, del IPN, de los centros públicos de investigación y de las grandes universidades estatales que podrían cobijar académicamente a las nuevas huestes estudiantiles, lo cual nuevamente habla de su gran distanciamiento con el sistema de educación superior e investigación en el país.

Un apoyo que sería valioso

La tarea fundamental de las universidades es generar conocimiento que, si está bien fundamentado y sustentado en un ejercicio responsable de la ciencia, puede, en algún momento, ser de enorme utilidad a la sociedad y al país. Es conocimiento que, a la vez, se transmite a las nuevas generaciones de profesionistas que se incorporarán a la vida activa y productiva, por lo cual su calidad y certeza es doblemente importante. Disminuirles recursos, desconocer su contribución, negarles reconocimiento por parte del poder público, lastima su trabajo y vulnera su compromiso social y ético. Si la desatención del Presidente ha sido involuntaria, es buen momento para recuperar el favor de comunidades que han sido uno de sus más importantes apoyos y aprovechar el aporte de importantes conocimientos de todo tipo que pueden brindar las universidades y centros de investigación. Si no lo es, las comunidades universitarias estamos ante un panorama sumamente incierto.

1Al respecto, ver, por ejemplo https://demoi.laoms.org/2018/08/05/sociedad-civil-y-nuevo-gobierno/

2 Al respecto, ver, por ejemplo: https://www.eluniversal.com.mx/columna/ricardo-raphael/nacion/la-autonomia-universitaria-continua-secuestrada

Cristina Puga

Profesora Titular de la FCPyS, UNAM. Socióloga y Doctora en Ciencia Política por la misma universidad. Investigadora Nacional y Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Recibió en 2009 la distinción Sor Juana Inés de la Cruz que otorga la UNAM. Ha tenido diversos cargos de dirección académica y coordinó el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales de 2007 a 2011. Entre sus temas de investigación figuran el sistema político mexicano, las formas de participación política de los empresarios organizados , el ejercicio académico de las ciencias sociales, las asociaciones como formas de acción colectiva organizada y las estrategias de participación política de la sociedad civil. Entre sus publicaciones recientes están Las ciencias sociales y el Estado nacional en México, coordinado conjuntamente con Oscar Contreras y publicado por el FCE (2018) y Un panorama de las ciencias sociales en México, editado por la UNAM (2018). Su capítulo “Participación democrática: los límites del diseño institucional.” en Cadena-Roa, Jorge y Miguel Armando López Leyva (coords.2019) El malestar con la representación en México, México: UNAM, IIS, CEIICH/Ficticia (colección Café de altura) versa sobre cuestiones de participación social y gobernanza. Actualmente realiza investigación sobre este último tema y sobre el ejercicio de las ciencias sociales en el Centro Peninsular de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM, en Mérida Yucatán.

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