La hybris, desmesura que se apodera del poderoso, es concebida de tres maneras en la mitología griega. En unos relatos, aparece como un mal del gobernante: una afección mental, que le hace perder la prudencia y lo lleva a actuar de manera desastrosa. En otros, es la fuente de ese mal: una condición que lo predispone a ignorar los consejos de la razón y transgredir los límites que prescribe la moral. En algunos más, surge como un castigo de los dioses por su insolencia y su menosprecio de las normas que todos los mortales deberían observar. Le retiran entonces la capacidad de prever las consecuencias de sus actos indebidos, que acaban destruyéndolo.
Para los filósofos helenos, la hybris era una amenaza permanente del poder: una tentación inherente al ejercicio del gobierno, que crecía en la medida en que el gobernante cedía a ella. Se trataba de una de las preocupaciones mayores en las reflexiones acerca de la política, porque la desmesura del poderoso no sólo lo daña a él, sino también a los gobernados, y sus secuelas pueden durar mucho tiempo.
Los griegos estudiaban cómo se sustentaba el poder y cómo se accedía a él en una democracia, y la contrastaban al respecto con otras formas de gobierno, como la monarquía, la plutocracia o la tiranía; pero, sobre todo, analizaban cómo se ejercía el poder en cada una de dichas formas. Para ellos, la democracia era un código que tenía como finalidades prevenir y corregir la hybris: un modelo de comportamiento gubernamental muchas veces, pero no siempre, eficaz. La idea de fondo era clara: si un gobernante llegó a serlo en una democracia y luego sobrepasó su mandato, entonces la contrarió.
En el marco clásico, el gobierno de Donald Trump se dibuja con nitidez. Desde antes de tomar posesión como presidente, estaba afectado por una megalomanía que se fue incrementando conforme la traducía en proyectos descabellados. Al mismo tiempo, él se empequeñecía como estadista y se veía impulsado a generar conflictos que agigantaran su sombra. Su discurso, cada vez más superlativo y vitriólico, acabó condenándolo: hizo visible que su entender estaba fuera de cauce. Sobre todo, mostró que su actuar quedaba más allá de los límites de la democracia y se volvía contra ella.
La democracia estadounidense resistió afortunadamente la hybris de Trump, y no derivó en otra forma de gobierno. Fue muy dañada y su recuperación requerirá invertir atención y sensatez, recursos escasos sin duda; pero el juicio de impugnación a Trump ya los invoca. Esperemos que estos cuatro años queden como una lección para la nación vecina y que muchos otros países la adviertan: si no se cuidan las normas democráticas desde el primer momento en que la desmesura se asoma, el costo de salvar la democracia también crecerá… y lo mejor será pagarlo.