La amenaza no es nueva pero se actualiza cada vez que hay ocasión propicia. Y no se necesitan tiempos de campaña para que ello ocurra (aunque siempre ayuda tenerla a la vista). El presidente de México, Enrique Peña Nieto (EPN), regresa a esa estrategia en el acto de conmemoración del surgimiento de su partido, el Revolucionario Institucional (PRI). Momento preciso, dirán algunos, momento en el que el Presidente tiene los más bajos niveles de aprobación y no se sabe si será de ayuda, dirán otros. Lo cierto es que la búsqueda de enemigos (adversarios en la versión más noble de la política) ha sido recurrente desde los últimos 20 años.
En defensa de las medidas tomadas a principios de año (la más cara de ellas, el gasolinazo para fines de precisión coloquial), lanzó: “Hoy nuevamente hay riesgos de retroceso. Al igual que hace seis años, están resurgiendo las amenazas que representan la parálisis de la derecha o el salto al vacío de la izquierda demagógica. No olvidemos el estancamiento del que veníamos ni el riesgo real de perder lo que hemos logrado construir como país en las últimas décadas” La respuesta del contendiente más fuerte para sucederlo, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es sorprendente, por decir lo menos. De bote pronto le respondió en la línea de que no todo retroceso es malo: “Todo depende de cómo se le quiera ver: antes había trenes, ferrocarril, ahora hay ruina, porque todo lo han entregado a particulares y extranjeros… Morena claro que quiere regresar al pasado, porque regresará el ferrocarril a varias regiones del País… Igual y es como antes, y el petróleo se vuelve un recurso natural del pueblo y de la Nación» (Reforma, 05/III/17).
EPN recurre a viejos esquemas para plantear sus temas favoritos: la derecha no sabe gobernar como él sí ha demostrado hacerlo, y la izquierda es irresponsable porque propone planes imposibles. La crítica corre en líneas paralelas: la de la eficacia de gobierno y la de la responsabilidad financiera, los asuntos que han definido la posición del político mexiquense. Pero la crítica no se asoma al tenebroso terreno del retroceso político: de sus formas de operar y modos de gobernar, resistentes a la transparencia y a la rendición de cuentas. Pero, como dice el dicho, “cada loco con su tema”. AMLO retoma las acusaciones y, con espíritu creativo, asume que el regreso al pasado es cuestión de interpretación (claro, de quién interpreta). ¿Alguien recuerda a Francisco Labastida, candidato presidencial por el PRI en 2000, asegurando en pleno uso de la metáfora automovilística, que “la reversa también es cambio”? Si nuestro debate político se quedará entre estas coordenadas anquilosadas, la amenaza de la regresión y el pasado como futuro, debemos comenzar a preocuparnos.