Antes de iniciarse la contienda presidencial de 2016 en Estados Unidos, Hillary Clinton y su equipo sabían que habrían de emprender una campaña cuesta arriba. En los últimos 65 años, solamente en una ocasión se ha elegido en ese país a candidatos del mismo partido para ocupar tres periodos consecutivos la Casa Blanca. Aunque, después de dos periodos considerablemente exitosos, el presidente demócrata Barack Obama gozaba de una aprobación alta para estos tiempos, lo más probable era que los votantes optaran por la alternancia, y eligieran al candidato republicano si, quienquiera que fuera, lograba que el tema principal de la disputa fuera el cambio. Además, ella había acumulado muchas animadversiones, como le ocurre a cualquier estadounidense que permanece entre la élite política mucho tiempo, y ella y su esposo, el ex presidente Bill Clinton, habían sido grandes figuras durante 35 años.
Hillary Clinton y su equipo resolvieron muy bien el problema estratégico básico. Por la naturaleza de las disputas temáticas, el contenido de su mensaje principal no podía ser la continuidad. Oponerse así al tema del cambio, hubiera indicado qué éste era el importante. Decidieron desplazar la atención primaria, no sólo del tema que casi con seguridad adoptarían los republicanos, sino hacia uno que se ubicara en un campo que no implicara referencia al gobierno de Obama, y optaron por la unidad, que se localiza en el terreno de las relaciones entre los habitantes del país. El lema que eligieron para comunicarlo, “stronger together”, contribuyó significativamente a concitar más votos directos que los que recibió el candidato finalmente nominado por los republicanos, Donald Trump, alrededor de la consigna “Make America great again”.
Sin embargo, a lo largo de la campaña, el equipo Clinton no logró resolver todos los problemas tácticos y técnicos que enfrentaba, y la prevalencia de la unidad sobre el cambio que se manifestó en el ánimo de la mayoría nacional de votantes no se replicó en todos los estados, por lo que no se tradujo en un número de delegados al Colegio Electoral suficiente para nombrarla presidente. Empleando un vocabulario común en Estados Unidos, ella ganó el voto popular, pero perdió el voto electoral. Quienes siguieron la cobertura de la votación en los medios electrónicos vieron, cerca del final de la jornada electoral, que tres estados le hubieran dado a ella suficientes votos electorales para alcanzar la presidencia, y que esos podrían haber sido cualesquiera de un conjunto de cinco que se ubicaban en el cuadrante noreste del país: Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Nueva Hampshire y Carolina del Norte. Perdió los cinco.
En dichos cinco estados, el mensaje del cambio, no sólo atrajo mayor atención que el de la unidad, sino que, en parte fue apoyado por uno casi contrario a éste. En dicha zona, resonó un rechazo a las diferencias raciales y religiosas que le había dado a Trump, primero, la nominación republicana; y allí tuvieron poco eco los mensajes complementarios de Clinton, entre los que se encontraba el impulso a la innovación en tecnología y servicios, para revertir en los estados mencionados un grave decaimiento económico, el cual, por supuesto, propiciaba la recepción del discurso de Trump.
En breve, los temas favorables a Trump acabaron ocupando los lugares más altos en la jerarquía que los votantes de los cinco estados quisieran ver convertida en la agenda del gobierno. Por testimonios publicados en diferentes medios y, sobre todo, a partir de encuestas postelectorales, podemos plantear que ello se debió, principalmente, a tres cuestiones. La primera fue la identidad de los destinatarios que se prefiguraba en la comunicación de Trump. Se consideraban interpelados por él, cabezas de redes verticales de comunicación interpersonal, como los pastores de las congregaciones evangélicas y los padres de las familias blancas tradicionales.
En las conversaciones de los miembros de dichas redes, los temas se ponderan generalmente de la misma manera que lo hace el jefe. Si el jefe considera que una ponderación contribuirá a mantener la estructura de la red, él mismo impulsará su difusión; si piensa que desestabilizará la red, procurará bloquearla. Quizá huelgue decir que tiene medios para hacerlo: una señal suya puede inducir la exclusión de quienes no adopten su visión de las cosas.
Trump varias veces les dijo a los evangelistas que los amaba por ser quienes eran y por ser como eran. Por eso, aunque a veces los contenidos de los mensajes de Trump eran vacilantes en relación con los valores de los evangelistas, sus jefes se sintieron más seguros con él que con Clinton y propiciaron que, en sus congregaciones, la votación por Trump fuera muy superior a la que tuvo Clinton.
Algo análogo ocurrió con las familias blancas tradicionales, aunque en este caso el mensaje no fue comunicado explícitamente en los enunciados de Trump, sino tácitamente por las situaciones de comunicación, en las que aparecían él, su esposa y sus hijos. Él quedaba como un supervisor severo y ellos como emisores que decían lo que debían decir; todos formaban una familia patriarcal de la que surgirían más familias verticales.
Clinton no encontró una identidad para la pluralidad que convocaba a juntarse, un retrato de la unidad que pudiera orientar a los blancos evangelistas de los cinco estados hacia redes de comunicación horizontales, en las que ellos fueran capaces de decidir por sí, de manera diferente a los pastores y los padres autoritarios. El gran obstáculo aquí fue que en las localidades donde perdió, en los cinco estados mencionados y prácticamente en todos los de la Unión Americana, no había muchas redes horizontales. Esto se evidencia en una correlación muy alta con su tamaño: eran, por lo general de menos de un millón de habitantes.
La segunda cuestión que el equipo Clinton no pudo enfrentar suficientemente bien fue concerniente a los atributos personales, suyos y de su contrincante. Éste es un campo temático que siempre debe atenderse en una contienda y que algunas veces llega a convertirse en el más importante. Para resolver los asuntos que finalmente queden en la agenda del siguiente periodo de gobierno, deberán tomarse medidas y su ejecución requerirá agentes. Clinton procuró quedar como agente confiable, por su inteligencia, su experiencia y su dedicación; y lo logró en momentos importantes, pero otra vez, a nivel nacional, y no en los cinco estados que resultaron claves. En ellos, Trump quedó como agente, sin adjetivos; y eso es lo mejor que pudo haberle pasado si de lo que se trataba era de terminar asociado con el cambio.
La mayor dificultad aquí se debía a las iniciales animadversiones hacia Clinton. Para que esas no constituyeran un factor de peso, lo que decidió el equipo demócrata fue proyectar una imagen de Trump como un inepto para la presidencia, y así tratar de nivelar la arena de la contienda. En cierto sentido, tuvieron éxito, y Trump terminó con tantas o más calificaciones negativas que Clinton; pero, entonces, Trump mismo se convirtió en un tema de la campaña. Si sus contrincantes hablaban tanto de él, pensaron los votantes, sobre todo en los cinco estados, es porque era de tomarse en cuenta: tenía capacidad de agencia.
La tercera cuestión que se le presentó a Clinton fue la dinámica de la información en los medios. Casi por definición, en el ámbito periodístico, una noticia da cuenta de algo inesperado, que no corresponde a nuestras expectativas. Quizá por inclinación espontánea, o tal vez por aprendizaje como conductor de un programa de televisión, Trump hizo muchas declaraciones escandalosas para el votante promedio y extravagantes para los lectores informados, que se convertían regularmente en los principales encabezados de los diarios y en las notas que abrían los noticieros de la televisión. Frente a ello, que daba credibilidad a su voluntad de cambio, el equipo demócrata debía generar muchos actos que pudieran atraer algunos reflectores, muchos encuentros físicos entre promotores y posibles votantes y muchos boletines con análisis.
Un número considerable de reporteros y editorialistas, que realizaron investigaciones y análisis independientes, cuestionaron la validez de las premisas de Trump y denunciaron los (anti)valores que él suscribía abierta o tácitamente. Sin embargo, entre los integrantes de las redes verticales que votaron por él, poca gente lee a ese tipo de autores. Además, desde que era precandidato, él desató una campaña para desacreditar a los periódicos más serios y los canales de televisión más balanceados, que encontró apoyo, no se sabe si casual o decididamente, en las llamadas redes sociales. Facebook difundió en cantidades desproporcionadas noticias falsas que lo beneficiaban o perjudicaban a Clinton.
El ataque le permitió ir configurando una gran conspiración contra él, en la que incluyó, además de a los propios medios y la élite a la que pertenecen los Clinton, a todo el sistema político y, al final de su campaña, a oscuros magnates globales. Como corolario, él daba a entender que, si estaba por el cambio y ellos lo atacaban así, entonces ellos eran la prueba de que había que cambiar las cosas.
En varios periodos, el equipo de Clinton logró contrarrestar los efectos de las noticias sobre Trump y, cuando faltaban dos semanas para el día de la elección, parecía que ella se encaminaba a un triunfo claro; sin embargo, unas cartas de la oficina federal de investigación (FBI) a la cámara baja del congreso estadounidense promovieron insinuaciones que le dieron proyección al tema de los atributos negativos de Clinton y, en consecuencia, no sólo restaron peso a su tema de la unidad, sino que reforzaron el del cambio de Trump.
Las tres cuestiones, la de las identidades de los destinatarios, la de la referencia al propio Trump y la del procesamiento mediático, no fueron resueltas suficientemente por varias causas generales, además de las dificultades específicas de cada una ya señaladas. No las trataré aquí, pues cada una requeriría un texto de la extensión de éste. Solamente mencionaré una de ellas: la “inteligencia”, como llaman en Estados Unidos frecuentemente a la información que sustenta las estrategias y las tácticas. Las encuestas sobre las características de los votantes y las modificaciones de sus preferencias a lo largo de la contienda, fueron muy escasas en dos de los estados mencionados, Wisconsin y Michigan, al grado de que Clinton nunca pensó que debería preocuparse por tener presencia física en ellos. Además, tanto en ésos como en los demás estados críticos señalados (y en muchos otros) la calidad de las encuestas fue muy variable y sus resultados no fueron leídos adecuadamente. Todo hace suponer que el equipo Clinton confió, sobre todo, en algunas buenas encuestas nacionales, como si la contienda se fuera a definir en el voto popular y no en el electoral.
En tal contexto de déficit táctico (y de inequidades como la creada por el FBI), el equipo demócrata no encontró forma de contrarrestar dos propuestas en las localidades pequeñas de redes verticales que le dieron a Trump la mayoría en el Colegio Electoral, que fueron los vehículos principales de sus dos grandes temas. Prometió revisar o cancelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y construir un muro en la frontera con México. Así, subrayó que era el candidato del cambio y el del rechazo a los otros.
Aunque no fue visto así en su momento, es claro ahora que se requería una capacidad estratégica mucho mayor para derrotar a Trump que para llevarlo al triunfo, pero no deberían minimizarse los logros de su equipo. Si los demócratas piensan competir seriamente contra él dentro de cuatro años, tendrían que ser mejores de lo que fueron, pues probablemente él tenga entonces mejores condiciones aún que ahora; los estadounidenses tienden a reelegir a sus presidentes. Aún si depositan sus esperanzas en la contienda posterior, la de 2024, que debería serles más favorable de inicio, bien harían en analizar sus errores y los aciertos de los republicanos.
[Ds20161117 @spdemocratica]
Nota: He decidido la estructura de los argumentos que presento aquí después de discutir la mayoría de ellos con integrantes e invitados del seminario Perspectiva Democrática y con amigos del grupo Serendipia. Asimismo, he incorporado algunas ideas que debo a ellos. Espero poder responderles mejor y reconocer más específicamente sus aportaciones, en un texto más extenso y de otro carácter. De cualquier modo, les expreso mi agradecimiento.